miércoles, 2 de septiembre de 2020

HISTORIAS DE TORTUGA CHUECA

 

                                                    


                                 


Los Angeles de Tortuga Chueca


Cuenta la historia que, en Tortuga, hubo dos hermanas ángeles que vinieron a la Tierra para traer su amor y su luz; para que todos los que las conocimos o escuchamos hablar de ellas, fuÉramos mejores gentes y nuestro pueblo fuera mejor así.


En se supieron llamar Maria Isabel y Maria Francisca, eran hijas de uno de los fundadores del pueblo.

Dos hermanos de familia vaska, venidos de la Vascuña original porque ambos eran “segundones” y debían hacer una vida a la sombra del “mayor” o largarse a buscar fortuna.

Eso hicieron, JosÉ Luis y José Miguel, se subieron a un barquito cada uno, primero el 2º Jose Luis, luego el 3º José Miguel y llegaron a Buenos Aires y luego al puerto fluvial de San Nicolás.

Como algo de dinero habían traído se compraron unas tierras en el Pago de los Arroyos, a mitad de curso del Arroyo del Medio, a unas 20 leguas de San Nicolás, subiendo el curso del arroyo y por el camino de Córdoba que existía desde le época de la colonia.


El lugar elegido era una posta de carretas y diligencias donde se hacía el primer cambio de la recua, a 60 km de San Nicolás. Un caserío minúsculo en medio del mar de hierba.

Juntaron algunas de las miles de cabezas de ganado huachas (seguramente robadas o negociadas con los indios) que había en el lugar, y comenzaron un próspero negocio de curtido de cuero, producción de grasa e incipiente saladero de carnes, lo producido se mandaba en carretas a las grandes ciudades.


El pueblo, sin ser fundado, comenzó a formarse en los alrededores del caserío. Llegó a tal punto la industria que se pidió y obtuvo la construcción de una estación de tren en el lugar, que se llamó desde entonces Pueblo Mandariaga y luego Tortuga Chueca. Corría el año de 1864 cuando se inauguraron la Estación y los galpones para el embarque de granos.


En esa época ocurrió el ultimo Gran Malón de Indios Pampas, 1865, en que los hijos de la Tierra cercaron San Niciolás y se llevaron todo el ganado, caballos y mujeres que pudieron. Luego fueron perseguidos por la implacable milicia formada en Rosario, que los atacó y derrotó en el Cañadón de las Pajas, donde nace el Arroyo del Medio en el partido de Colón, provincia de Buenos Aires.

Lo que nunca se entendió es como la enorme tropa de ganado y de indios pudo esfumarse sin dejar rastros en el mítico origen del Río de las Conchas. Solo un puñado de bravos se resistió, fueron derrotados, sometidos a vejámenes y encarcelados por las tropas winkas.


Desde ese momento se transformó en el pueblo mas pujante de la región, mas aún que el incipiente cacerío de Peyrano y el otro vecino de Villa Angélica, estación El Socorro.

Los Mandariaga crecieron tanto que no solo regalaron tierras loteadas para el casco del pueblo, una hermana fundó la escuela Nº 25 Nicolás Avellaneda en el pueblo, se llamó Tomasa.

Dieron facilidades para que las gentes se instalasen, y construyeron una suntuosa casa de altos con mármoles traídos de Córdoba, con una hermosa escalinata donde vivían los dos hermanos con sus familias.

Llegó el inaudito desarrollo de vender por el FFCC su produccion en Buenos Aires, luego también comenzaron a exportar cueros al Brasil.

Mientras el pueblito crecía, los hermanos luego de una muy buena pero fugaz etapa, quebraron por una mala operación comercial en el lejano país.


Aún no amanecía el siglo XX cuando ambos vendieron casi todo y se instalaron con sus familias e hijos en San Nicolás de los Arroyos. José Miguel partió luego a Entre Ríos donde fundó otra familia del linaje y el contacto se perdió.

José Luis crió a sus hijos como gente de clase media alta que eran. José fue agrimensor, Luis fue militar, y Maria Isabel maestra y Maria Francisca apenas “sus labores”.


Las dos “niñas”, muertos sus padres, se instalaron en la enorme ciudad de Buenos Aires y trabajaron toda su vida. Isabelita como secretaria en una escuela Normal, y Pachita en la casa. Que estaba situada en 11 de Septiembre y Combate de los Pozos, a metros de Avenida Jujuy.

De rica vida cultural, lectoras incansables, oyentes de la radio, iban a los teatros, al Colón, a los espectáculos de “Radio Mundo” con sus sobrinos y sobrinas que las iban a visitar.

Nunca se casaron a pesar de ser lindas mujeres, tampoco dejaron de viajar todas las vacaciones de verano a Tortuga Chueca, donde tenían una casita que había sido parte de los viejos almacenes.


Ahí con toda la humildad y bondad que las caracterizó enseñaban el catecismo a los niños del pueblo, los iniciaron en las ideas socialistas primero y peronistas luego. Les explicaron a los trabajadores que se organizaran en el Sindicato y formaran una Bolsa de Trabajo, que funcionó en un local donado por ellas en su misma casa.

Aún recuerdo a los hombres rudos y duros, fumando un cigarrito armado, esperando al alba que aparecieran los que necesitaban de sus cuerpos para cargar las bolsas. Las chatas de 4 caballos y los primeros camiones estacionados esperando turno, en la calle de allá de la Estación. El olor del orín de los caballos y de la bosta fresca en el clarear del día.

Donaron terrenos para construir la Comisaría y la Iglesia.

Concurrían a los bailes del Unidos de Tortuga, fundaron una biblioteca y donaron la mayoría de los libros que traían por tren desde Buenos Aires, vía Pergamino.

Ya eran Isabelita y Pachita o Pachá.

Cuando se jubilaron, se instalaron solitas en el pueblo que ya no crecía, porque en 1934 una enorme inundación lo había despoblado bastante.

Y ahí envejecieron hasta su muerte, dejando una estela indeleble de amor y bondad que aún se recuerda.


Sus sobrinos nietos en tono de broma, relataban que las “tias angeles” eran tan, pero tan viejas, que habían inventado la música!

Las contaban paradas en el andén de la estación de Tortuga esperando que pasara el tren y que al ver la luz de la locomotora y sin saber si pararía o no (solo paraban si había pasajeros) se decían: parará Pachá? Parará Isabel? Parará Pachá? Parará Isabel?... y así había empezado la música en el mundo!

Y reían de sus infantiles ocurrencias a carcajadas.


En la antigua casita muy simple pero confortable, contaban con un gran hall de recepción, dos cuartos con piso de madera, un baño con agua y una gran cocina a la basca. Los pisos de baldosas rojas coloniales, los techos de falsa bobedilla y a 6 mt de altura, salvo el hall que era mas bajo.

En su cuarto, además de roperos y las camas, tenían un reclinatorio donde oraban a la Virgen, una antigua caja fuerte de grandes proporciones y peso, de color verde (donde los comentarios del pueblo ubicaban que se “ocultaba” la fortuna de los Mandariaga!), y un árbol de dinero… construído por ellas adonde ponían billetes de poco valor y colores que regalaban con placer, junto a algunos caramelitos, a sus sobrinos nietos y a los niños que iban a visitarlas.

En no habiendo electricidad, todas las tardes contrataban a alguno de los mozos del sindicato para que con 400 vigorosos bombazos, les llenaran el tanque y pudieran tener agua en la casa.

Cada 4 o 5 días don Cardozo, el del boliche, les traía media barra de hielo y un poco de carne para la conservadora.

Por las tardes salían a pasear por la calle principal del pueblito, que llevaba su apellido, perfumadas y emperifoliadas, saludando a los vecinos y de paso hacían algunas compras hogareñas en la panadería o en la carnicería de Apicciafuoco o el almacén de los hermanos Cinalli.

Al pasar por el boliche de Cardozo, la muchachada las saludaba con tanto respeto como devoción.

Todos los días se les traían las cartas, el diario La Nación y si hubiera, los telegramas de la Estación del tren.

Tenían una radio a batería donde seguían escuchando las lejanas emisiones desde Buenos Aires, y los conciertos del ya inalcanzable Teatro Colón.

La tenue luz de los faroles de kerosén a mecha, bañaba sus existencias nocturnas y algún sol de noche las iluminaba cuando venía la familia de visita.

Isabelita leía, recibía los diarios y guardaba artículos y recortes que solo ella apreciaba.

Pachita trabajaba incansablemente en la casa, con las plantas, los rosales, las gallinas, las comidas.

Las hermanas siempre se llevaron muy bien, nadie les recordó nunca una pelea o discusión.

Siempre de buen humor, positivas, lúcidas, calmas y sabias.

Isabelita era muy coqueta, charlatana e inteligente.

Pachita poco cuidada con su aspecto, y muy divertida, de andar cantando y gritando de pura alegría.

Nunca tuvieron novio, o conocieron hombres. Fueron y partieron puras.

Las dos eran una pareja de espíritus sublimes que aun se recuerda en Tortuga. Muchas nenas de la época, fueron bautizadas con sus nombres.


Dicen que fueron santas, yo creo que si, porque nunca nadie habló mal de ellas o contó algún acto poco elevado o negativo.

Y no obstante tan humanas.


Cuando partieron, primero Isabelita y luego Pachá, dicen que fueron en días muy luminosos, donde el pueblo entero estuvo de fiesta y ellas discretamente dejaron el pueblo y el mundo al que llegaron para llenarlo de luz y de amor.


En algún amanecer, dicen los que viven cerca de las casas, que se ven dos grandes luces con alas, volando por sobre el pueblo.



(dedicado a mis tías abuelas-angeles)

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