viernes, 26 de diciembre de 2008

La Saga de RAMTHA parte IV

La Batalla contra el Dios Desconocido
En mi vida, cuando era un niño pequeño, vi como llevaban a mi madre a las calles y le arrebataban su dulzura. Observé en mi vida el lugar donde vivíamos y el desprecio que me rodeaba. Y observé cuando se apoderaron de mi madre, vi al niño crecer en su vientre y yo sabía quien era. Y vi a mi madre llorar. Porque?
Eso era muy obvio, habría otro hermano pequeño en la calle para sufrir al igual que había sufrido ella en esta tierra prometida?
Observé y ayudé a mi madre a traer al mundo a aquello que en tu idioma se llama una hermana pequeña. Ayudé a mi madre porque estaba demasiado débil para dar a luz a la niña por sí sola. Y la niñita llegó al mundo gritando; no era feliz, era muy obvio.
Pero el ser de mi madre pesaba sobre el mío, pues ella estaba tan débil que no había leche para el infante que mamaba de su tierno pecho, ya que había pasado mucho hambre.
Y mi hermanita, que mamaba el pecho de mi madre, estaba muy débil.
Porque, dices tu, tenemos estas cosas en nuestras vidas?
Porque somos los campesinos, somos los insignificantes, somos la no-entidades de una tierra gobernada.

Y quien gobernaba esta tierra?
Aquellos con medios que nos hacían vivir en sus tierras y trabajar en sus campos y que afirmaban que no darían siquiera un tallo para nuestra propia vida.
Y qué, dices tu, hacían ellos con esas cosas?
Las guardaban en graneros bajo llave, y he aquí que comían con dedos delicados con sus caras delicadas.
Y yo te digo que eso era injusticia
Y quien es ese Dios del que ellos han hablado?
Estoy enfurecido, pues mi madre llora porque no hay leche en sus pechos.
Yo mendigaba con maña en las calles, y mataba perros y aves salvajes; y tarde en la noche, robaba el grano de los propietarios, pues yo era muy hábil con mis pies, y alimentaba a mi madre, quien a su vez daba de mamar a mi pequeña hermana.
Y la pequeña niña se volvió diarreica, no podía retener lo que entraba a su cuerpo: lo expulsaba rápidamente y perdió toda la vida de su cuerpo.
Y así se fueron.

No culpé a mi hermanita por la muerte que pronto llegaría a mi amada madre, pues la niña mamaba de mi madre. Toda su fuerza la entregó a la nueva vida para que la nueva vida pudiera continuar, y mi madre pereció con el bebe en su pecho.
No había nada, no había mas, mi odio por la gente roja –llamados atlantes- creció en mi ser como una gran víbora cuando yo no era mas que un niño.
No quedaba nada, pues a mi hermano se lo llevaron como esclavo a otra ciudad, a merced de un hombre y de su necesidad de lo que se llama gratificación sexual.

Mi linaje adoraba y amaba aquello que estaba mas allá de las estrellas, mas allá de tu luna. Amaban lo que no podía ser identificado; se llamaba el Dios Desconocido. Cuando era un niño no culpé al Dios Desconocido por su incapacidad de amarme a mi y a mis gentes, a mi madre y a mi pequeña hermana. No lo culpaba, lo odiaba!

Y en mis tiempos, ninguno de los de mi pueblo murió noblemente. No existía la nobleza, la virtud, la verdad. Entonces encontré una gran montaña que se asomaba a lo lejos, un lugar muy misterioso, pues si yo podía subir allí me pondría en contacto con el Dios Desconocido y proclamaría mi odio por él a causa de su injusticia. De modo que inicié mi viaje.
Salgo corriendo de mi choza y veo una gran montaña allá a lo lejos, que apenas veo.
Y mi travesía fue de 90 días.
Después de 90 días de devorar langostas y raíces y montones de hormigas, encontré esa montaña. Si hubiera un Dios, viviría allí por encima de todos nosotros. Y he aquí que lo busque, sin embargo él no estaba allí, solo el gran frío.
Y lloré intensamente hasta que la blancura se congeló en mis lágrimas.

“Yo soy un hombre, por que no tengo la dignidad de uno?”
Y he aquí que se presentó ante mi una doncella encantadora como nunca has visto, cuyo cabello dorado danzaba a su alrededor. Y la corona sobre su cabello no era de azucenas ni de capullos de rosa o de lirios, sino de una flor desconocida. Y su atuendo, sus vestidos eran traslúcidos, suaves y libres.
He aquí que se acercó hasta mi y me entregó una gran espada que cantaba, cantaba si.
Y, sin embargo hacían falta cerca de nueve manos para sostener su empuñadura, tan grande era.
Y ella me la entregó
Esto es lo que dijo: “Oh Ram. Oh Ram te suplico –a ti que has aprendido y despertado nuestro espíritu de la pena de nuestros seres- la verdad. Debe haber una verdad que persista en la tierra. Y por lo tanto tus oraciones han sido escuchadas. Tu eres un hombre de recursos y convicción. Toma esta espada y úsala bien!”
Y se marchó. Yo estaba cegado en mi locura y mis ilusiones por lo que había visto. Y ya no temblaba por el gran frío, pues allí encontré calor.
Y así, cuando miré de nuevo hacia donde mis lágrimas se habían congelado, crecía allí una flor de una melodía y de un color tan agradables que yo sabía que la flor sería aquello que se llama la esperanza.
La espada Crosham, la Mensajera Alada, fue el ser que se formuló a si mismo en una hermosa aparición que me dio la espada y me dijo: “Ve y conquístate a ti mismo!”
Y el resto es historia.

No lo ves?
No había ninguna entidad que viviera en aquello que me dio la espada. Es la armonía del ser lo que produjo la Mensajera Alada.
Bajé de la montaña con mi gran espada a la choza de mi madre, que había perecido.
Quien era el que mamaba sobre el pecho de mi madre?
Eras tú, pues tú eres de mi reino y de mi casta y de mi sueño.
Y siendo un niño recogí madera y la amontoné, la puse encima de mi madre y después me escabullí en la noche y conseguí fuego.
Lo traje y lo abracé, y dije una magnífica oración para mi madre y mi pequeña hermana, y las amé intensamente. Y prendí la madera, pues si no lo hacía rápido el hedor que salía de ellas causaría agitación en la zona donde vivíamos. Y para que no molestara, las arrojarían al desierto a merced de las hienas que las despedazarían. Les prendí fuego y las quemé.
Quemé a mi madre y a mi hermana en una pira funeraria, y lloré.

Ahora, de aquello que se llama el resto de la historia, hay muchos de vosotros que la conocéis bien. Pero lo que me impulsó a conquistar y a dominar, que era parte de la emoción de mi alma, fue el deseo de ajustar cuentas.
Yo cree la guerra, pues no había facciones en guerra contra la arrogancia de los atlantes, ninguna.
Yo la creé.
Bajé de la gran montaña, intimidado por el Dios Desconocido, me habían dado una espada y se me dijo entonces que me conquistara a mi mismo.
Yo no podía voltear la hoja y cortarme la cabeza, era demasiado larga; mis brazos no alcanzaban por la envergadura de la espada.
Lloré muchísimo pero hallé honor en mi espada.
No siendo ya frágil ni débil de movimiento corporal, me convertí en un Ram en todo el sentido de la palabra y les hice la guerra a los tiranos que esclavizaban a mi gente.
Y cuando regresé, sitié Onai.

Marcha contra la Tiranía
Después que sitiamos Onai, nos llevó mucho tiempo quemar sus restos y los restos de la gente que había ahí. El hedor se extendió sobre el agua, no sobre la tierra.
Eso fue muy bueno: el agua purifica el hedor.
Y desde esos comienzos desprecié la tiranía y solo luchaba, entidad, esperando morir. No tenia miedo cuando luchaba.
Nunca conocí eso; solo conocí el odio.
Y sabes entidad?
Eliges al mas digno de tus enemigos, el que tu consideras superior a ti, ya que él puede ser tu destrucción, pero sabes, cuando el miedo está ausente, se presenta la conquista; de eso están hechos los héroes.
Yo quería llorar, entidad, porque sabía que había hecho algo espantoso, me había convertido en el horror que yo odiaba.
Y este hombre estudioso, con sus cejas pobladas, su vino y sus libros, se había empeñado en educar a un bárbaro, y eso es lo que yo era.
Yo no era un guerrero muy impresionante, mi cuerpo era muy pequeño en aquellos días, pero mas tarde, crecí.

Mientras descendía por un camino –que tomé desde la carretera, y fui a través de las montañas donde había recibido mi espada- no podía escaparme de la gente. Caminaba un trecho, miraba por encima de mi hombro y ellos estaban corriendo detrás de mi.
Y cuando me detenía, todos se detenían, y el polvo caía a su alrededor. Las ropas de los ancianos se enredaban alrededor de sus caras y cabezas, ya que solo estaban atadas a los costados.
El viento los azotaba y el polvo se amontonaba en los pliegues de sus vestidos, algunos estaban descalzos y otros tenían sandalias, y algunos afortunados tenían botas. Todos traían bagaje consigo, tu sabes, sus cacharros de cocina o sus armas, sus pocos bienes. Se ponían en fila y me miraban.

A mi entender, yo era un muchachito, no un hombre, de ningún modo.
En cierta ocasión, corrí muy velozmente y vi una colina. Corrí de inmediato hacia la colina, fui hasta un pequeño altiplano y trepé hasta la cima.
Mientras me arrastraba por el suelo hasta la orilla, para ver si los había dejado atrás –para observar como me miraban desde abajo mientras yo los miraba disimuladamente desde arriba- los perros ladraban y los burros rebuznaban, los caballos relinchaban, y el polvo se arremolinaba.
Por fin me puse de pie y grité: Porque me estais siguiendo?
No quiero que me sigáis! No me gustáis, ninguno de vosotros! No me pertenecéis! Os odio, os odio a todos! No quiero que me sigáis! Dejadme en paz!
Fue como una rabieta tu sabes.
Mis ojos ardían, y todos me estaban mirando. En aquel momento, su numero era cercano a 500.
Todos me estaban mirando: ancianos de sonrisas desdentadas; una mujer con el rostro velado, sus hermanas detrás de ella –ni siquiera podías decir si eran mujeres o no-; niños agarrado a las faldas de sus madres, con unos ojos enormes que iluminaban; bocas entreabiertas, esperando que pasara algo; perros olfateando y mordisqueando, buscando algo que comer; las banderas que flameaban; taparrabos... allí había de todo.
Finalmente me sequé los ojos con el brazo. Los miré y les dije: -No se hacia donde voy. Soy solo un muchacho, soy un bárbaro. No tengo alma. Yo no soy quien para que me honréis. No me sigáis!-.
Y de en medio de la multitud salió un hombre joven, Tenía una pequeña arpa y estaba envuelto en una túnica muy toscamente tejida. El tinte era muy pobre, ni siquiera era un buen tinte. Era de color parduzco, terroso, y le cubría el cuerpo. Sus brazos eran firmes y redondeados, resplandecían, la túnica le llegaba hasta las rodillas y dejaba ver sus piernas robustas como las de un granjero.
El sol lo había bronceado muy bien, y tenía un cabello muy rizado y muy negro que se enrollaba alrededor de su nuca; casi era bello.
Y todos murmuraban y se hacían a un lado para que el joven pasara.
Y él empezó a hablar –y yo le di la espalda- y dijo: -“Gran Ram, escucha, Tengo un regalo para ti”-.
Me di vuelta y comenzó a cantar, y cantó una canción de esperanza y sobre los desesperados, hablaba de la tierra y el mar, de familias y fantasmas sin nombre: -“Somos los desterrados de todo lo que existe, pero hemos conseguido sobrevivir cuando todo lo demás pereció. Somos los inservibles de los credos y colores, y nos hemos unido para ver nuestra libertas. Y tú, gran entidad, que nos has librado de todas nuestras cadenas, eres nuestra familia para siempre. Y donde tú estés, estaremos nosotros. Y donde tú duermas, allí dormiremos. Y cuando estés sediento, también nosotros beberemos. Y adondequiera que vayas, contigo iremos”.
Y la gente, los ancianos, comenzaron a cantar, algunos no podían recordar las palabras, pero cantaban. Y muy pronto, todos estaban gozando de la maravillosa armonía. Y yo caí de rodillas y lloré, y ellos cantaban al gran día del Ram, el muchacho conquistador. Y cantaban, y cantaban y cantaban.
Las mujeres empezaron a bailar, las ancianas hicieron fogatas y comenzaron a preparar pan, lo amasaban con sus manos y lo ponían en el fuego.
Y muy pronto se lleno el aire de un aroma de un buen guisado, pan ácimo (agrio), vino agrio, sudor, canciones, grasas, tabaco, orina de los animales, algo de estiércol, y de vez en cuando, un delicioso aroma a jazmín.
Yo me senté en la orilla y no sabía que hacer con todo esto.
Ni siquiera pude cuidar a mi madre, como puedo hacerme cargo de todo esto?
Y las canciones continuaron, No me podía dormir.
Me levanté y escuché que alguien se acercaba detrás de mi.
Era mi viejo maestro, tenía unas cejas muy pobladas, y yo nunca podía ver hacia donde miraban sus ojos, me recordaba un mago.
Y se acercó a mi y sacó un taburete, se sentó y se acomodó en él.
Era un hombre al que le gustaban las comodidades, sacó una botella de su excelente vino – el bebía en una copa- y me la dio; yo bebía de la botella, era un inculto y él fruncía el ceño y miraba para otro lado.
Me dejó algo de queso, un poco de pan y me dijo: “Te traje a alguien”.
Yo maldije de miedo, y él ni siquiera toleraba lo que yo estaba diciendo.
Y llegó con el hombre del arpa, éste volvió su rostro, miró las estrellas y empezó a tocar.
Yo estaba muy irritado, y el anciano me dijo que bebiera todo y que tomara un poco mas. Y lo hice.
Las cosas se pusieron cada vez mejor; los sonidos se volvieron mejores y mejores.
Y cuando desperté en la mañana, el sol ya estaba alto en el cielo: que absurdo hacer eso con el sol.
Y al mirar hacia el suelo, vi un insecto arrastrándose, con su cabeza en mi hombro y mi brazo, lo aparté rápidamente. Y mientras estoy mirando, ahí estaba el hombre que tocaba el arpa. Rehusé hablar con él, y me dijo: “Señor, permíteme. Todos somos una gran familia y te amamos. Escucha sus gritos. Te necesitan y te aman. Se están reuniendo; hay algunos que se están agrupando. Iremos adondequiera que vayas y moriremos contigo. Escucha sus gritos!.
Abrí mis oídos, miré hacia abajo, y allí estaba todo ese griterío, los ancianos todavía sonreían, las mujeres sonreían, y los niños jugaban.
Les dije que no sabía adónde iba, pero que quería ir a algún lugar; si no tenían un hogar, podían seguirme. Y se alzó un gran griterío.
Descendí hasta las asambleas que había en sus campamentos, bajé y los observé atentamente. Y cuando me detenía y miraba alrededor, ellos se detenían y me observaban. Yo daba un paso, y ellos daban un paso. Yo corría, y ellos corrían.
Fueron conmigo, marchamos
Y se apoderaron de un castillo, no lejos de Onai. Y jamás vi guerreros semejantes. Yo nunca supe que los ancianos podían ser tan ágiles cuando lo necesitaban. Jamás supe que las mujeres podían ser tan veloces y que podían levantar la masa de cualquier cosa, recogerla, y volverla a poner en su lugar. Jamás supe que los niños eran tan tranquilos.
Cuando todo terminó, se nos unieron gentes aún mas diferentes, y yo tuve mi familia.
Y después de cada batalla, cuando todo estaba resuelto, ellos repetían el mismo griterío y la misma danza, y las mujeres con sus panes ácimos, y los hombres que escupían y apostaban.
Y el ejército se hizo mas y mas grande. En el momento de la ascensión, eran mas de dos millones, eso es un montón de gente gritando.
Esa es la historia.

Ya no soy un muchacho pequeño.
Ya no soy un bárbaro.
Ya no soy un conquistador.
Yo soy.
Por que, dices tú, se me conocía como el Ram?
Porque cuando me ungieron sobre la gran montaña me llamaron el Ram que desciende de la montaña hacia los valles.
Yo no asediaba reinos, dejaba que ellos mismos se asediaran.
Y mi ejército trajo justicia a la región y a todas las tierras sobre las que marchábamos.
Y las flores, dondequiera que pisáramos, crecían con libertad.
En mi furia y mi hostilidad y mi deseo de ser noble y honorable con lo que sentía, me convertí en una gran entidad.
Sabes lo que es un héroe?
Bueno, yo fui uno, en verdad.
Y el héroe defiende la vida y pone fin a las injusticias de la vida misma, sin darse cuenta de que también está creando una injusticia.
Pero durante diez años después de eso fui impulsado por el afán de dar muerte a la tiranía y de hacer mas atractivo el color de mi piel.
Como podía yo enfrentarme a una luz tan poderosa?
Yo luché contra un actitud. Y ascendí, amado maestro, antes del último cataclismo de Onai, antes de que cayeran las últimas aguas del estrato. Y tuve el gran privilegio de viajar por Sudán y a Egipto y, a través de las tierras persas –ya no las reconocerías-, llegué hasta el Indo, a la esquina mas lejana del noroeste del Indo, donde el sol es especialmente maravilloso.
Y sabes tú por que se pone de este a oeste, en lugar del norte al sur?
Que lástima si el sol se hubiera puesto en el sur, donde ya no se lo podía ver, puesto que las partes delgadas del estrato todavía cubrían esa zona.
Fue algo maravilloso que se quedara atrapado en los reinos del este y del oeste.
Durante toda mi vida en mis últimos años yo me deleité mucho amando al sol, la luna, el viento y las estrellas, la vida.
Y lo que nosotros derrotamos, maestro (Ramtha se refiere así a las personas que lo escuchan), eran tiranos, pero solo –para mi gran desgracia- para que volvieran a nacer como tiranos religiosos, quienes, según parece, son mas peligrosos!
Estas iluminado?

Mandrake952

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