miércoles, 30 de septiembre de 2009

Al muertito, lo vimos en el subte

Esto nos pasó el sábado 19 y de ahí nacio la broma y el cuento.

La dije a Juano que lo escribiría y aqui está.

Claro que es un relato ficcional sobre un hecho real.


Luz, paz, armonía y amor


I n laa ke ch


mandrake




El muertito

Arroyo del Medio, 28/9/09

(Para Juano)

Hace muchos años que viví.

No fue una vida particularmente brillante, normal diría.

Nací, crecí, me casé, tuve esposa e hijos, luego envejecí y morí... como todo el mundo.

No me acuerdo bien cuando fue, pero diría que hace mas o menos unos 150 años.

Época de guerras civiles, de gauchos alzados en armas y guerras contra el indio.

Mi gran sorpresa fue cuando después de morir, de ser velado y enterrado por mi familia, como todo el mundo... me di cuenta que seguía vivo.

Que mi conciencia y mi vida seguían su rumbo como si nada.

Seguía pensando, recordando y sintiendo como antes.

No fui al cielo... ni al infierno, nadie me juzgó.

No me encontré con mis seres queridos ya muertos, ni siquiera con quien fuera mi amada esposa, con quien nos lo habíamos prometido.

Claro, no gozaba del uso de un cuerpo físico.

Me di cuenta que era mas leve, transparente, traslúcido mas bien.

No necesito comer, ni vestirme, o ir al baño. Puedo atravesar las paredes, ver dentro de las casas.

Debo decir que el tiempo transcurre mas rápido que en la vida ordinaria.

Es muy solitaria esta continuidad de existencia, pues nadie que esté vivo me percibe y los muertos, como yo, están tan metidos en su mundo especial, que apenas nos miramos y en estos 150 años apenas hemos cruzado unas palabras de morondanga.

Pero no siento la necesidad de compañía, ni de hablar con nadie.

Sí observo la realidad, los cambios políticos, los avances de la ciencia y la tecnología no dejan de asombrarme.

Lo que mas me llamó la atención en estos 150 años la televisión, los viajes al espacio y los teléfonos celulares.

Puedo viajar al espacio cuando quiera, pero no me atrae hacerlo en esta forma no física, solo y sin nadie que lo perciba.

Claro que hay unas vacaciones de vez en cuando.

Yo no lo sabía y otro muerto me lo comentó.

Cada 20 años, podemos disponer de nuevo de nuestro cuerpo vivo por un fin de semana.

Pero como el que no sabe, no lo tiene, yo perdí casi 100 años por ignorante.

Luego una vez que lo pude pensar, empecé a gozar del beneficio.

Decía, este muerto amigo, que es con el objeto que hagamos algunas cosas, en el mundo real, que nos vuelvan a poner en el camino de la evolución del espíritu, o que intentemos hacerlas, o que alguien las haga por nosotros.

A mi no me pareció que fuera así, yo a esas cosas nunca les di importancia alguna.

En mi época lejana de vivo, nunca creí en nada, ni iba a misa (solo para acompañar a mi mujer), o tuve creencias de ese tipo.

Así que cada 10 años, cuando llega mi fin de semana vivo, me visto lo mejor que puedo en el depósito del Cementerio de la Chacarita donde está mi cuerpo.

Elijo una edad para resucitar, me pongo todo lo elegante que fui de vivo, me arreglo muy mucho y salgo, así nomás, como los vivos… por la puerta del Cementerio y sabiendo que debo volver el domingo a la noche inicio mis paseos y excursiones por Buenos Aires.

Me gustan mucho los barrios antiguos, como San Telmo y Balvanera.

Me gusta ir a la costa a mirar el río y las nubes grises al atardecer.

Aunque puedo ir a la ciudad que quisiera, prefiero quedarme por aquí, en la que fue mi ciudad.

Paseo, voy a lo que ustedes llaman cine, me gusta mas ir al teatro, o ver recitales de música calma, no estas ruidosas de ahora.

Me gusta el tango, me hace acordar a lo que nosotros bailábamos en mi época.

Paseo por los barrios, recorro los antiguos caserones que quedan en la ciudad, voy a los museos a ver los personajes de mi tiempo, observo los cuadros y las ropas.

En las bibliotecas he leído mucho.

Yo tengo mi cuerpo por 48 horas, pero nadie parece verme o tocarme.

Es como si, a pesar de estar ahí, físicamente, nadie pudiese acercarse a mi.

Y de hecho nadie, nunca se me ha acercado en estos 50 años de salidas.

Sé que podría no volver al Cementerio.

También sé, que si no lo hago, perderé mi próxima salida y que mi aparente cuerpo físico resucitado se desvanecerá cuando se cumpla el plazo.

Ayer, cuando salí, elegí hacer de mi un viejito amable y elegante.

De unos 75 años, muy prolijo y todo vestido de blanco o tonos del crema.

Me puse un traje, con chaleco al tono, camisa y corbatas blancas, medias igual, zapatos marrones. Sombrero no encontré uno que me gustara, así que decidí no llevar.

Pelo blanco, muy!

Bigote perfecto, peinado hacia los lados y terminados en punta hacia arriba, como en mi época.

Era la verdadera imagen de un caballero de mi tiempo.

Eso si, y la verdad que no se porque, con estos cuerpos, no podemos disimular una piel extremadamente blanca y pálida. Pero es apenas un detalle.

En realidad, en las grandes ciudades nadie mira mucho a las otras “personas” que pasan a su lado.

Así que un viejito elegante, vestido de blanco y con una palidez mortal… no llamaría mucho la atención a nadie.

Además me sentía muy a mi gusto.

Subimos al subte C en Callao, dirección Los Incas.

Nuestra estación para bajar, F. Lacroze.

Al subir elegimos el primer vagón porque es el que mas cerca nos dejaría de la salida.

Al entrar lo vi inmediatamente.

Sentado en los asientos que se enfrentan, muy prolijo!

Todo de blanco!

Un viejito elegantísimo, muy pálido, vestido a la moda de hace 40 o 50 años. Cabellos y bigotes de impecable blanco, peinados hacia los lados y terminados en puntas ascendentes.

Lo que mas me impactó fue la palidez casi cadavérica.

Nosotros de pie dándole la espalda.

En el acto le dije a Juano: mira, hijo, no te dés vuelta pero ahí viaja un señor que esta muerto!

El se rió y lo miro por el reflejo del vidrio que estaba enfrente nuestro y se sonrió, incrédulo.

- Dale paaa! Me dijo.

- Insistí: pero siii! Fijate, como está vestido, la ropa, el color de la piel, el cabello, los bigotes! Todo indica que es un muerto que está de paseo!

Juano seguía sin creer.

Entonces le expliqué de la vieja tradición (inventada por mi en ese instante) de los antiguos muertos, a quienes les permitían salir de su encierro una vez cada cien años, para poder pasear y divertirse unos días.

Juano, lo miraba en el reflejo de palidez absoluta.

Lo admiraba en su prolijidad y anacronismo.

Cuando la estación Lacroze se aproximaba rauda en el andar del tren, le dije: -

- si se baja en ésta, seguro que es como digo… aquí está el Cementerio de La Chacarita!

Juano, atinó a decir:

- dale, paaaa … “técnicamente” no es posible! con aire de superioridad e incredulidad.

- Te apuesto 100$ a que se baja en ésta!

Respondió que no tenía tanto dinero (lo tiene, pero nunca lo trae cuando salimos!) y que aunque lo tuviera no lo apostaría en esas cosas.

Bajamos casi en tropel, llevados por la gente.

Juano se dio vuelta y al no ver al viejito exclamó: - te gané, no bajó!

20 metros mas allá y casi al salir del anden y subir por la escalera mecánica y antes de reconocer mi derrota, me di vuelta y lo vi, lejos nuestro y bajando del tren.

- Siiii, si! Exclamé, se está bajando y es un muerto y vuelve al Cementerio!

Juano no lo podía creer y entró en un mar de dudas.

Le dije que nos quedáramos afuera y sin que el viejito se diera cuenta, íbamos a observar si cruzaba la avenida y se dirigía al Cementerio, que en ese momento estaba cerrado.

Y así fue!

El viejito, pálido y elegante, esperó el semáforo y lentamente, como quien no quiere y llevado por una fuerza mas poderosa que su voluntad, cruzó la ancha avenida y penetró por la puerta cerrada del necroterio.

La sonrisa se me congeló en la cara.

Ya no reíamos, solo sentíamos asombro y consternación.

- Viste? Te dije! Era un muertito que volvía de su paseo.

Juano ya no sabía que pensar, se puso pálido sopesando lo que le decía su padre (que no creía) y lo que estaba viendo.

Nos fuimos caminado en silencio, aún con la sorpresa en el corazón que latía fuerte.

El muertito traspasó la puerta del Cementerio, aun intrigado por el señor y el niño que lo habían mirado tan fijamente en el subte y esperado afuera, para verlo entrar.

Pero – bue! Se dijo… cosas que pasan!

Se dirigió a su tumba, como siempre que volvía y quiso entrar.

Pudo hacerlo, pero en el cajón halló su cuerpo viejo y casi deshecho en polvo de humano.

No le gustó y salió presuroso, seguro de que violaba alguna norma que no conocía.

Al hacerlo se sintió mas leve y sin darse cuenta empezó a flotar en el aire.

Bajó la cabeza para ver el suelo y los árboles alejarse a toda velocidad.

Levantó la cabeza y vio al sol que se le acercaba raudo.

La velocidad era tan grande que apenas distinguía un túnel de luz por donde transitaba.

No consiguió ni asustarse, porque al final estaban todos sus seres amados esperándolo.

El viaje del muertito, había llegado a su final porque dos “vivos” la habían reconocido y su tiempo terrestre y la ficción de la inexistencia… habían concluido.

No hay comentarios.: