martes, 4 de agosto de 2020

HISTORIAS DE TORTUGA CHUECA






Luna Loayza


En el boliche del Chueco Loayza a veces se solía juntar mucha gente.

Sobretodo a la tardecita.


Era un local de 20 por 10, sin mucha mas decoración que algunos almanaques de Molina Campos, con esos gauchos, chinas, indios, perros y caballos con esos ojos enormes y saltones que cuando los miraba, ya entrado en copas, me daban hasta miedo.

Tenía tres faroles a gas de kerosén colgados del techo, de las vigas “largueras”.

Algunos estantes con bebidas viejas y añejadas y conservas de vaya a saberse que, todas amarillas por el tiempo.

El techo de tirantes de pinotea y “doblado” de ladrillos tejuelas, falsa bovedilla que le dicen.

Las ventanas chicas, con rejas y las paredes gruesas, dos puertas a la calle principal, piso de madera viejo, sucio y polvoriento.

El mostrador al final cerrando el paso a la cocina.


Las mesas de madera con sillas de Viena se repartían a voluntad de los parroquianos, claro que el Chueco y sus hijas las acomodaban temprano a la mañana cuando abrían.

Ahí no se hacía mucha comida, salvo las fechas patrias.

Mas que nada bebidas y alguna comida fácil para algún desprevenido.

Lo mejor era el locro de los 25 de mayo y el guiso de lenteja, para chuparse los dedos. Y unos salamines de campo, que el Chueco preparaba y que eran para comerse los dedos!


Nada de juego de naipes, alguna fecha patria guitarreada o payada.


Muy de vez en cuando se organizaba un asado, pero se lo comía en el gran patio de tierra que había a un costado del boliche, separando casa y negocio. A la sombra de los paraísos y tilos, o a la luz de los faroles.


El Chueco tenía 5 hijas.

Él criollo y su mujer de origen árabe.

Él chiquito, fuerte y ágil como perro chúcaro.

Ella monumental, morena y bella como pocas. Era la envidia de todos los hombres del pueblo.

Pero claro, los años no pasan en vano y con las hijas y la vida, la “turca” Laila fue perdiendo sus formas y su gracia, al ver que sus hijas irremediablemente la superarían, casi en todo.

Mujer de carácter, malo!

Pero con los amigos del Chueco siempre fue una buena mujer.


De las hijas una era mas bella que la otra.

En la época de mi relato iban de los 26 a los 14.

Fada, Luna, Mirella, Mora, y Carmen.

Todas primorosas, sencillas, comedidas, diligentes, siempre sonrientes y dispuestas a atender con gracia a los parroquianos.

Y éste humilde escriba, que en la época era un mocetón apuesto de 28 años, no podía evitar que los ojitos se me fueran detrás de las curvas de las hijas del Chueco, sobretodo cuando ya los ojos no se podían controlar mucho, por los eflúvios etílicos.

Laila y el Chueco se daban cuenta y me miraban entre risueños y serios, como para advertirme que si no era con “buenas intenciones”, ni me les acercara!

Y yo, como amigo que era, buen amigo, solo les tenía buenas intenciones!


La que mas me gustaba era Luna.

Tal vez no fuera la mas linda, o la de mejor cuerpo; pero su forma de moverse, su voz cantarina, sus pasos rápidos y como a los saltitos en el piso terroso, unas manos perfectas, caderas para soñar con mil viajes y unos pechos para abrazarla para siempre, apretándola contra el mio!

Que mujer, dulce y buena como ninguna!

Porque ya no era una niña o una muchacha, era toda una mujer!

25 florecientes años, tenía.


Una tardecita muy fría de invierno, de barro y lluvia, llegó al pago un forastero manejando un viejo Ford Carolina 1935, “voyturé”, V8, que máquina!

Llegó largando barro para todos los costados y a la entrada del pueblo el auto se le descontroló, por los patinazos, y le pegó de lado al tordillo del Rengo Walter Altamirano, que vivía justo en la curva.

Pobre caballo! Voló como 10 metros, largó un relincho que pareció era el último, pero luego se paró y salió “troteando”.

El Rengo miró al pajuerano y le dijo: - lo estropeó todo! me lo va a tener que pagar!

El coso, ni le discutió, metió la mano en el bolsillo, dijo: - cuanto?

En 20 segundos se pusieron de acuerdo en el precio, y el pueblerino le pagó y le dejó el caballo como si nada!


-Donde se puede comer y dormir?

El Rengo señaló lo del Chueco, que no era hotel pero que tenía unas piezas limpias donde se podía pasar la noche.

El veloz auto y su gobernante, partieron raudos y barrosos, acelerando por la calle principal rumbo a la esquina del boliche de mentas.


Se bajó del Forcito y dentró!

Encaró hacia el mostrador saludando con un… buenas tardes! que atronó el lugar.

Salio Laila muy solícita, en secándose las manos en el delantal.

Dicho lo que necesitaba el mozo, Laila lo acompañó a la mejor pieza que tenía libre, la única con lavatorio.

Abrió los postigos de las ventanas, le tendió la cama en un santiamén, mandó traer un “brasero” para templar el ambiente y le dejó el farol recién llenado de kerosén.

Los ojitos pícaros y sabios de la turca vieron que el mozo pueblerino era adinerado, por la ropa, la maleta y porque cuando le dijo lo que costaba la habitación por noche (el triple de lo habitual) , el tipo ni chistó.

Metió la mano al bolsillo y le pagó tres días y le dijo con tono fuerte: - el precio incluye la comida. No?

Fue tal el vozarrón, que la turca reculó un par de pasos y bastante asustada respondió: - Sss… si! Si usted quiere!

- Si quiero! fue la brutal respuesta de la boca sonriente del bello joven, con ojos de miel y cabellos rubios rizados, casi como un ángel.


Esa misma noche, entró al boliche saludó con voz potente, la radio a baterías atronaba un partido entre Racing y San Lorenzo. El “Santo de Boedo” ganaba fácil. El joven en voz alta apostó 30$ a manos de Racing, - porque no me gustan los santos! dijo.

Nadie topó la apuesta, pero Racing hizo 3 goles y ganó el partido.


Se sentó y pidió servicio.

Laila mandó a Luna, la chica le tendió la mesa, tomó el pedido y se sorprendió que en vez de un vaso de vino tinto, le pidiera una jarra grande.

Quedó obtusa y encantada por sus ojos de color miel y sus facciones perfectas.

Servido que fue el arrogante pueblerino, le dejó dos pesos a Luna y le peguntó si mañana estaría ahí. La chica le dijo que era su casa y que era la hija del dueño.


Al otro día el joven Juan Uchylaug que así se llamaba el coso (parece que era estonio), desayunó temprano y rumbeó para la Estancia La Escondida para comprar ganado y algunos caballos.

No volvió hasta la tardecita.


Entró taconeando fuerte y se paró frente al mostrador.

Por orden de su madre, Luna lo atendió de nuevo.

El jóven, de mal talante y de maneras no muy comedidas la invitó a dar una vuelta por el pueblo, así se lo mostraba, dijo.

Luna se encedió de felicidad pues el hombretón le gustaba. Le pareció un halago que el forastero se fijara en ella y la quisera como compañía.

Se volviéndose miró con orgullo a sus hermanas.

La madre accedió ya que aún no atardecía, pero le pidió: - tráigamela de vuelta antes de la noche?

Juan accedió sin rodeos.


La madre se soprendió que partieran en el auto, pero lo tomó como algo normal.

Cuando se hicieron las 8 de la noche y en no habiendo vuelto la pareja, el Chueco y Laila se empezaron a preocupar.

A las 9 ya casi no podían contenerse.

A las 10 ya de noche cerrada, eran todo temores y confusión.

Madre e hijas lloraban en un rincón. Yo las consolaba.

El Chueco y el comisario, el “Hacha” (por la nariz) Figueira, en salieron con el coche de la policía para ver si los encontraban.


Sin previo aviso y de repente se levantó un viento helado del sur, se ocultaron las estrellas, empezaron los truenos y relámpagos y se largó una lluvia torrencial que hizo imposible continuar la búsqueda. Todo se anegó, y el Arroyo del Medio se desbordó una vez mas, inundando el bajo. El pueblo y el boliche se llenaron de mariposones negros y molestos.


El cura párroco de Tortuga Checa, el inefable Enrique das Neves Pessoa, justo en ese momento, se tomaba una Ferroquina Bisleri en el bar.

Los padres desesperados y acongojados, acudieron a él para rezar por la salud de la chica. Ahí nomás, dirigidos por el cura portugués, todos nos pusimos a rezar.

Creo que esa noche recé mejor que nunca!

En serio que quería que Luna volviera y fuera mia para siempre.


En eso estábamos cuando Matías Flores, dijo: - y porque no vamos a ver a la pieza?

Hacia allí todos rumbeamos, raudos!

Precedidos por el Comisario Figueira y el Chueco. Golpearon varias veces, y solo el silencio se escuchó. El Comisario abrió “en nombre de la ley” y entraron.


Yo, que estaba afuera, solo pude escuchar el alarido desgarrador de Laila y los llantos de las chicas. Salieron corriendo y a los gritos mezclados con sollozos.

Cuando pasó la confusión y pude entrar al cuarto, en una de las paredes, pintado con un tizón del brasero, decía: - Soychu 1 (Abundio)… Gualychu 1 (Luna)


Y nunca mas se los vió, ni a la piba, ni al forastero.

Me quedé llorando y sin poder abrazarla!

Desde ese día, Tortuga Chueca, nunca mas tuvo noches iluminadas!






1 comentario:

Unknown dijo...

Muy hermoso!!!! En todo momento al leerlo uno se imagina que está ahí! Excelente..