martes, 28 de julio de 2020

HISTORIAS DE TORTUGA CHUECA

Doy inicio a una serie de historias de mi pueblo imaginario, TORTUGA CHUECA.
"Chueco o chueca" en argentina, se le dice al ser cuyas piernas tienen formas de paréntesis ( ).
Es con sentido del humor éste nombre imaginario, pues una tortuga no puede, sino ser chueca.

Es MI MACONDO un pueblo donde realidad y magia se unen en historias cuyos personajes, son personas reales, muchas veces mis amigos y familiares.
Cada uno sabrá reconocerse.

Algunas historias son extraídas de la realidad, otras mitos populares y algunas, pura ficción.
En general, el lenguaje usado aúna formas "gauchescas" ya arcaicas y otras el lenguaje común de los pueblos del interior pampeano.

Los dejo con los personajes!
Que lo disfruten!





1- Abundio Lonkechén


En Tortuga Chueca hay dos plazas, una a cada lado de la antigua estación de tren.

Ahí se desarrolla la vida social del pueblo.

Del lado de acá de la estación, hay dos boliches.

Uno es el del Chueco Loayza, el otro de un italiano malhumorado al que le dicen Fredo, Manfredo se llama.


A lo del Chueco, ya hacen muchos años, solía concurrir Abundio Lonkechén, un indio flaco y alto, buenmozo, pero con la cara picada de viruela.

Vivía en el bajo, ahí donde el Arroyo del Medio se junta con el horizonte del pueblo.

Casita pobre, humilde, ranchito…

Horno de barro, alero, un par de ombúes, dos tilos y un ciprés…

Se suele inundar por ahí.


Decían en el pueblo y el “Chobo” Aguerre (chobo por su adicción al mal vino tinto) lo confirmaba, pues lo conoció bien, que Abundio era “brujo y culandrero”, pero como el Chobo no siempre estaba lúcido, pues nadie le creía mucho.

Abundio, a su vez, afirmaba que en siendo querandí, era el ultimo chamán vivo de su nación casi desaparecida, y que en siendo el “guardián celestial” del mítico Río de las Conchas (el Arroyo del Medio) un día remontaría su curso hacia el pajonal que era su origen donde lo esperaría Soychu (dios de la luz y la sabiduría) en persona, completando su destino y escapando para siempre de Gualychu (dios del inframundo y la oscuridad)


En el pueblo se reían y lo tomaban mitad en serio, mitad en broma.

Si se sabía que era “sanador” con los animales y algunos cristianos.

Un buen día dejó de ir al boliche, donde solo tomaba una copita de giniebra. Y no lo vimos mas. Pero nunca mas.

Coincidió con una de esas cosas raras que pasan en los pueblos chicos.


Una tarde, esas muy pesadas de verano de cielo tormentoso y nublado que anuncian agua; el pueblo se llenó de “alguaciles”, primero algunos, luego cientos, luego fueron miles!

Tantos eran que se escuchaba el ruido de sus alitas transparentes en la tarde quieta. A lo lejos se venía la tormenta y nadie se sorprendió, porque en Tortuga Chueca si algo se sabe… es que las tormentas con mucho viento son precedidas por una nube de tierra y los alguaciles.


A la “tardecita” empezó a refusilar por el oeste, y después a tronar.

El sol que se ponía iluminaba todo de un resplandor anaranjado que hacia que el horizonte pareciera el escenario de un teatro.


Cuando se vino la noche empezó a llover muy fuerte, primero gotas gruesas de esas que levantan polvo del piso, después el aguacero fue total con mucho viento. Se volaron dos galpones esa tarde.

Llovió toda la noche, fuerte.


A la madrugada el Arroyo se desbordó y amenazó entrar al pueblo, pero como nadie lo había invitado se quedó ahí nomás, en las primeras casas. La de Abundio se inundó feo.

Cuando clareaba pero aún no salía el sol, ya no llovía; los que estábamos levantados pudimos ver una de las cosas mas raras que yo recuerde, los miles de alguaciles eran ahora miles de luciérnagas que entre prendes y apaga, iluminaban la noche que se diluía con el amanecer en un ciclo inquietante: luz, oscuridad; luz, oscuridad; luz, oscuridad.


Salió el sol y si las luciérnagas estaban ahí… nadie las volvió a ver.


Días después, y al salir de una homérica curda volvió el Chobo a contarnos una historia que les referiré, pero que nunca he podido terminar de creer.


Dijo que esa noche de tormenta Abundio volvió de su tarea como corralero a su ranchito.

Desensilló el caballo, lo bañó con agua fresca y lo soltó en el potrerito que tenía atrás del rancho.

Se calentó agua para unos mates y se sentó bajo el alero.

Cuando empezaron los refusilos y los truenos, se levantó, miró el horizonte, sin decir palabra se metió al rancho y salió vestido con ropa de domingo.


Se sentó en un tronquito bajo el alero y empezó a tomar mate.

El Chobo, que lo miraba de lejos (él siempre espiando a los demás) se le acercó justo cuando se llenaba el lugar y el rancho de alguaciles.

Le preguntó a Abundio si podía matear con él.

Abundio asintió, pero lo advirtió que la tormenta se iba a poner fea y que por ahí se inundaba.

El Chobo se sonrió y le dijo. – yo vivo inundado… por adentro!


Cuando arreciaba la tormenta y el Chobo ya no estaba tan confiado, Abundio lo invitó a pasar al ranchito.

En media hora el agua entraba por debajo de la puerta.

Abundio se paró y le estrechó la mano, salió al patio con el agua a la canilla y se quedó parado mirando primero al oeste y luego apuntó al naciente, el Chobo contemplaba en silencio viendo el paisaje desolado iluminado por los relámpagos.

Cuando el agua ya les llegaba a la cintura, la noche se iluminó de “bichitos de luz”, miles, millones!!

Envolvieron a Abundio con una luz muy blanca que se prendía y apagaba; y lo levantaron por sobre las aguas y se lo llevaron hacia el Arroyo a contracorriente.

Abundio, con cara de santo lo miró y le dijo: - adios hermanito!


El Chobo no se ahogó porque se subió al techo del rancho y se quedó ahí tiritando de frío y de miedo.


Pero desde ese día, vivió ahí… para cuidarle el rancho y las cosas a su amigo… pa cuando volviera!


No hay comentarios.: