martes, 30 de diciembre de 2008

La Saga de RAMTHA parte V

Atravesado por una Espada
Llegó, y así fue en verdad, el décimo año de nuestra marcha.
Llegamos aun valle de mucha fama, un valle que siempre había sido pacífico con sus gentes, y donde no había tribus que saquearan e impusieran la tiranía y el temor sobre la región.
Llegó una especie de diplomático, que encontró nuestra marcha en las afueras del valle de Nazire.
Habíamos instalado nuestro campamento y ya llevábamos casi tres meses ahí, según el computo de tu tiempo.
Las mujeres estaban muy ocupadas en sus asuntos, y todas las entidades que preparaban el campamento, maestro, continuaban sustentando la vida y cuidando los rebaños y manadas que acompañaban a nuestro séquito.

Una tarde tormentosa, maestro, de mucho trueno y relámpago, apareció un mensajero de noble distinción.
Llegó y trajo una especie de litera.
Y todos los nubienses que traían la litera eran muy altos y esperaban empapados por las frías lluvias y los truenos amenazantes.
Cuando llegaron a nuestro campamento, el agua todavía chorreaba por sus cuerpos de ébano y caía sobre la arena de color azafrán.
Colocaron su carga sobre el piso y corrieron una cortina muy elegante para permitir que saliera un estadista de cierto renombre en la tierra de Nazire.
El nubiense que iba al frente del séquito, maestro, anunció que todos debían dedicarse a preparar la llegada de esta entidad que traía buenas nuevas para la marcha y la hora del Ram.
Yo maldije ala entidad y desprecié su litera y el hecho que colocara su pomposo ser sobre suaves cojines y que lo atendieran hombres amables y gentiles, porque en esos tiempos yo no amaba al Dios de mi ser, sino que odiaba y me enfadaban todas las cosas, porque la tiranía me había arrebatado a la madre de mi ser, a la hermana de mi ser, así como la belleza de mi ser.
Y yo era el Terrible Día del Ram.
No salí personalmente a recibir a esta entidad; lo vieron entrar en mi toldo. Y yo lo hice esperar. Entonces, con una tediosa impaciencia, empezó a proclamar con impertinencia la rudeza y la injusticia con la que lo trataba el Ram.
El Ram sale y la entidad empieza a anunciar que el Ram y su ejército habían sido invitados al palacio de Nabor en el valle de Nazire para que fueran huéspedes de un gran concilio que se había reunido con el fin de preparar tratados, para que su tierra no atormentada, quemada, ni sucumbiera ante el Terrible Día del Ram y sus ejércitos.
Ahora, ante esto yo cambié de actitud y le entregué mi emblema para que lo llevara a su noble señor.
Yo prepararía un séquito apropiado, así como la hora para encontrarme con él dentro de tres días.
Y así fue.

Permíteme que te dé una descripción del palacio de Nabor.
Cuando te acercas a él, cruzas el lecho de un río cuyas aguas no son torrentosas. De piedra en piedra caían unas pequeñas gotas y pasaban a un hoyo olvidado que salía del otro lado de una pequeña montaña. Y cuando nos acercamos al palacio, maestro, si te asomas y miras al nordeste, al otro lado del río verás lo que se llama el Ptolomeo, es un gran montículo.
Y frente a nosotros se levanta una gran fortaleza, siniestra, imponente y hermosa. La piedra es de un granito opaco y no posee la gracia de la belleza ni del color, sino que toma lo que le han dado los años, toda manchada y con diferentes colores.
Los portones son de bronce; en ésta época, maestro, los metales negros (el hierro) no se había trabajado sobre la tierra como ahora. Y todos los objetos que requerían fuerza eran de bronce.
Las puertas eran de bronce y eran magníficas en los portones.
Y entre las torres que daban a la fortaleza, maestro, había magníficos estandartes.
Eran hermosos, de seda y de todos los colores.
Cuando el séquito del Ram se acercó, por el otro lado del pequeño e insignificante río, sonaron trompetas.
Mientras ascendíamos por una tierra desolada, veo que allí no crece ni florece nada, empiezo a preguntarme como podía sobrevivir este lugar en medio de un desierto yermo, las alas de los poderosos portones se abren, y he aquí que mi compañía entre.
Y nos reciben los llamados “petimetres”, no son amantes de las mujeres, son amantes de su propio sexo. Tienen toda la confianza del jefe de palacio de Nabor y nunca lo abandonan. Se acercan, maestro, y nos hallan dignos de su favor. Rápidamente atravesamos las puertas, y encontramos mujeres de una belleza exótica que yo nunca había visto, con escasas ropas, pero muy decoradas con bronce, latón, joyas y piedras.
Y encontraban su deleite en lo material.

Los jardines son maravillosos.
El aire está perfumado dentro de los portones de Nabor.
Hay fuentes de donde brota el agua perfumada con jazmines, lirios y rosas. Tienen árboles cuyos troncos han bruñido y pulido de tal forma, que cuando uno les coloca la mano siente la suavidad de la corteza.
Las hojas son verdes, flexibles y los capullos florecen. Es algo muy peculiar.
Y si uno mira, no encuentra un camino vulgar, maestro, sino un piso que es de granito marmóreo mas blanco que jamás se haya visto.
Es tan blanco, maestro, que ni siquiera ha visto nieves en las altas montañas que se comparen con él.
Es todo limpio y puro.
Bueno esto me maravilla.
Colocamos nuestros pies sobre él e inmediatamente se refrescan.
Hay descanso y confort en este refugio en medio del desierto en el valle de Nazire.
Si uno pasa de este espléndido cuarto al jardín lleno de columnas, se encontrará
Con estatuas que no son de animales o de Dios, sino de personas que parecen idénticas; todas son hermosas, maestro.
Y todas son idénticas.
Se siente la dulzura y la exuberancia del jardín, y suaves brisas nos refrescan.
Cuando empieza a caer la noche se encienden linternas y antorchas en el jardín. Y la luz apacigua el enigma de este hermoso lugar que tiene un manto de misterio y que nos tienta con el deseo.
Llega un mensajero amable para anunciar que nuestra audiencia ha sido preparada.
Nos refrescamos y nos limpiamos. Nos dan ropa limpia, una falda para que nos vistamos, y salimos.
Nos guían por un largo corredor donde hay unos floreros enormes con ramos de flores en árboles que yo había visto en mi jardín, y todos florecidos.

Entramos en la antesala, frente a un enorme guardia.
Y allí espera, maestro, una entidad muda muy peculiar, es pequeño, su cabello está descolorido, como blanqueado por el sol, sus ojos danzan con un fuego cálido, es musculoso y yo asumo que es un atleta, un amante de los deportes.
Y me pide con una mano que le entregue mi espada, se la doy, la toma y la observa con mucho cuidado y la considera un tesoro.
No es apropiado que entremos armados a este lugar sagrado.
Cuando abren las puertas, me permiten entrar a mi, pero no a mi compañía.
Entonces, con la idea de lo que ustedes llaman conversaciones preliminares, entro.
Veo hombres que están ungidos y perfumados y adornados con gemas de todos los colores imaginables, hasta sus sandalias están bañadas en oro.
Con certeza nunca han conocido el desierto y todos sus efectos.
Yo los desprecio, porque se pudren en medio de su limpieza.
Y seguramente hay siervos en este palacio, hay quienes están bajo su poder, que no pueden hablar, maestro, que deben obedecer.
Y me piden que ente, su numero es cuatro.
Cuando me acerco, escucho las nubladas y delicadas lenguas que empiezan a decirme cuan grandioso es mi ejército y como desean que mi campaña se acerque a su valle, maestro, y a su palacio, y que cuan grandioso sería que su cultura, aunada a nuestra estimada fuerza, pudiera producir una potencia extraordinaria.
Yo guardé silencio.
Y entonces cuando uno se decidió a llamar las cosas por su nombre, y llamó a mi grupo, a la enorme fuerza “paganos”, maestro, lo escupí y lo llamé cerdo.
La entidad tenía un odio feroz que salía de sus ojos, los cuales se dirigieron a otro lado.
Por mi espalda apareció, maestro, sin que nadie lo viera una entidad muy poderosa con una gran espada, y me atravesó con ella.

Sentir una hoja que penetra la espalda de tu ser y que rompe la costilla, perforando desde la espalda, y que corta los conductos y los pulmones y raja este lado del estómago, maestro, y encontrar que su punta abulta esa zona blanda en la parte frontal de tu cuerpo, maestro, y sentir el calor de tu ser estimulado a través del metal que ahora está dentro de ti, es una experiencia inolvidable!
Me habían atravesado.
La entidad –que era muy hábil con la espada- la había introducido y la había empujado a tal profundidad que el mango de su espada quedó a ras con mi espalda, luego la sacó.
Hay una caída.
Miro el suelo, y se acerca a mi lentamente.
Mientras voy cayendo, veo las desigualdades del mármol blanco que tiende hacia un color gris.
Mi rostro golpea el mármol frío, sin calor.
Mientras yazgo incapaz de ver desde el lado derecho de mi rostro y sin poder hablar, porque mi boca está sobre la superficie fría, suave e inflexible, hay algo que grita en las profundidades dentro de mi.
Y empiezo a ver un río escarlata que fluye y refluye de mi ser.
Hay una hendidura en lo que aparentemente es un piso perfecto, maestro.
Y veo como ese río escarlata fluye al piso y cae en la grieta.
Es vida; es la vida que fluye de mi.
Que hay de la mujer que amaba?
Ya no esta con vida?
Y la madre que ame?, tampoco esta con vida.
Y la caricia de una dulce mujer?, nunca la conocería.
Y los hijos de mi semilla, los habían declarado bastardos y habían sido rechazados?
Y el magnífico árbol al que escuchaba cuando el hambre arrebataba mi ser?
Y donde está ahora el montecillo que una vez se me presentó para ser mi hogar?
Ya no lo veré otra vez.
Y escucho un eco y un sonido que retumba dentro de mi ser, maestro.
Y en la parte posterior de mi garganta empieza a aparecer un río cliente de vida; sale y salpica dentro de mi boca.
Estoy muriendo.
Yo había sido una entidad despiadada que odiaba la tiranía y despreciaba a los hombres viles que esclavizan a otros.
Es el final de mis días.
Mientras veo la sangre saliendo de mi ser escucho una voz.
Me habló y me dijo: “Ponte de pie!”
Empecé a doblar las rodillas para incorporarme, y al hacerlo escuché como la vaina vacía golpeaba el piso y lo raspaba.
Me apoyé sobre las palmas de mis manos, alcé la cabeza y erguí mi rostro, maestro, y cuando mi cabeza estaba erecta, alcé mi pie izquierdo, lo estabilicé, coloqué mis manos sobre mi rodilla, sin mirar la herida y me puse de pie.
Escupía sangre, salía de mi boca, maestro.
Y la entidad que me había traspasado soltó su espada, agarró el amuleto que colgaba de su cuello y huyó.
Y los hombres de barbas rizadas y cabezas ungidas, que al principio creían que yo era inmortal, ahora lo comprobaban y salían despavoridos.

Y he ahí que reúno todas mis fuerzas y aprieto mi herida, mientras el río de sangre se escapa por mis dedos y baja por mis piernas, maestro, se acerca el mudo que estaba fuera de la puerta y que me había pedido la espada, y al ver que el Ram está de pie, me suplica clemencia; se la concedo.
Porque, como podría tener yo la fuerza para condenar a este hombre que ha pedido perdón cuando mi barriga está abierta y mis entrañas ya se empiezan a ver?
Le hablo a este ser y le pido que vaya a mi campamento y que busque a la entidad llamada Gustavian Monoculus y a otro llamado Cathay y que me los traiga. La entidad se va por su cuenta, escucha a su ser y sale corriendo, solo para regresar
Poco después y entregarme mi espada.
Luego se marcha. (*)

(*) Estudiante: quisiera que me contaras sobre la vida pasada que yo tuve cuando te conocí.
Ramtha: como sabes que me conociste?
E: simplemente tenía la sensación de que así fue.
R: Te contare. Tu fuiste la entidad muda que yo envié, que me entregó la espada y trajo a mis ayudantes. Cuando se arrasó todo el palacio de Nabor, tu fuiste perdonado. Fuiste apreciado, se te socorrió y se te atendió; fuiste parte de mi marcha y me viste ascender. Viviste muchos años, mas de aquello que se llama 120. Aunque nunca hablaste, maestro, porque no tenías lengua para hablar. Tus ojos y la presencia de tu ser ensañaron a muchos. Así es como me conoces.
E: gracias. Esa es la razón de que sienta lo que siento por ti.
R: es una verdad. Escúchame: hay muchos que no aprecian la vida o la débil voz que les habla hasta que la ven fluir fuera de ellos. Benditas son las gentes que aprecian la vida, abundan en ella y se bendicen a sí mismos por ser participes de ella. Aprendiste?
E: he aprendido
R: que así sea!
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Si colocas tu puño donde está la herida y aprietas con fuerza, maestro, tu ser deja de morir.
Eso fue lo que hice.

Y he aquí que llega Gustavian y Cathay, les digo que destruyan el palacio y arrasen el reino. Lo hacen y me llevan ante la legión de las mujeres que seguían la procesión de nuestra marcha. Y las mujeres con su amable cuidado y bondad me atienden bien.
Al verse desvalido en manos de una mujer que se encarga de tu vida un hombre puede ver la vida desde un punto de vista diferente.

No pude olvidar la voz que me hizo ponerme de pie y evitó que pereciera, busqué encontrar el rostro de la voz.
Cuando me curé de mis heridas, empecé a conquistar y amar aquello que había conquistado; no se destruyó todo, sino que se llegaron a acuerdos, hubo perdón.
Y el ablandamiento del Ram continuó aumentando durante la marcha.
Encontré la voz, maestro, cuando me concentré en mi mismo, el Dios que yo era.
Yo mismo fui el que me dije que me pusiera de pie, maestro.
La causa divina, la vida, el principio, el entendimiento, el propósito, era yo.
Pero ese entendimiento, maestro, cambiaría el pensamiento de las generaciones por venir.

Y solo cuando me atravesaron con una espada tan grandiosa, fui lo suficientemente humilde para comprender mi propósito y porque me habían penetrado y por que lo había permitido.
Y el tiempo que me llevó lograr la iluminación fue desde el décimo año de mi marcha hasta mis 63 años.
Pero yo soy Ramtha, lo deseaba, lo quería.
Amaba al Dios Desconocido fuera lo que fuera.
Después de 63 años de contemplar y entender de dónde procedía el odio, quién lo creó y porque, llegué a un acuerdo conmigo mismo.
Cuando lo hice, mi mente se liberó como un gran pájaro que se eleva en los cielos del pensamiento, la sabiduría, la creación y el entendimiento.

Yo odiaba, pero tenía un deseo de dominar esto.
La manera primitiva era matarlo en otros, asesinar el reflejo de lo que yo despreciaba en otros y deshacerme de ello y darle todo a los pobres, a las criaturas maltrechas que ni siquiera tenían un alma.
Bueno, incluso después de todo eso yo no podía conciliar el sueño, pues era una entidad atormentada.Porque aunque lo tenía todo, no tenía aquello que se llama paz, que es el resultado de un entendimiento emotivo de mi yo, de Ramtha

Mandrake 952

2 comentarios:

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