lunes, 13 de julio de 2020

OCASO


OCASO

De edad indefinible. Pelo al ras, canoso casi blanco, cabeza redonda, entradas profundas.

Ojos entrecerrados, cuerpo y cara macilentos.

Rasgos duros, no hay tensión en su rostro.

Camisa azul viejísima, abierta, mangas sueltas. Pantalón amplio, sandalias, piernas cruzadas en equis y replegadas sobre el viejo sillón mecedora.


Mira hacia el confín del poniente, su mirada no corta el horizonte.

Las paralelas de sus ojos, continuas, continúan, atraviesan la atmósfera y surgen al espacio abierto. Él lo ve todo.

Pareciera estar en contemplación, abstraído en ideas.


Piensa, elucubra, barrunta y discierne.

Recordando.

No cualquier recuerdo, de ayer, de antes de ayer o de mañana.

No y no.

Busca recuerdos de otras vidas.

Quiere traer lo que, a su ser escencial, le pasó antes de ahora.

Intenta, hace años que intenta. De mil formas, con mil técnicas, propias y aprendidas.

Y no puede. No consigue recordar casi nada.

Mas es ése casi, él que le abre apenas la puerta, él que lejos de ayudarlo, lo envuelve mas aun en incertezas.


Ha soñado, una y otra vez, que esta ahí con un fin prefijado. No por el destino o el azar. Sino por el mismo, en otras circunstancias, en otro estado. Por mas que quiere no puede re-cordis, que espera?

Y desespera de esperar.

Pero sabe que esperar está bien, que esperar ahí sentado, coincide con su armonía espiritual.

Se devana los días pensando porque espera?

Retuerce sus dedos incansablemente queriéndose sacar una verdad que no le sale.


Busca y busca. Revuelve y remueve los recuerdos, de esta y otras vidas.

Algo le dice que se quede, que esta bien. Que esta bien así y ahí.

En ese lugar y en ese tiempo.

Que algo ha de llegar, que su misión es esa, estar ahí cuando todo se produzca.

Que él ha elegido y ha sido elegido para estar ahí, cuando lo que debe inexorablemente producirse... se produzca.


Fuerza los ojos, siempre entrecerrados, para ver en la luz crepuscular algún signo en ese sol que se hunde lentamente en el horizonte.

Y no ve nada.


La luz le marca y acentúa los rasgos.

El viento le obliga a hacer muecas. La arena fina le golpea la cara.

Las dunas volátiles, lentamente ocultan el disco del sol, dejan el cielo sin nubes libre de focos incandescentes.

Ya sin luz directa el viento se hace frío.

Se cierra la camisa, pero no se mueve. Apenas mira mas allá de este horizonte, donde ha recalado y adonde espera su revelación.


Busca y busca dentro de él mismo, le han enseñado que busque ahí. Y cree, y busca. Sin encontrar.

No he de saber buscar, se interroga. Profundiza en sus vivencias, en sus sueños y delirios.


Con infinita paciencia, se queda. Apenas si se mueve para alimentarse frugalmente, para beber y evacuar.

Caminar solo algunos pasos hasta la casa, para abrigarse en la galería de viejas maderas.

Seguir oteando su horizonte, traspasándolo con miradas paralelas.

Esperando, como le han enseñado.


Ver aparecer las innumerables estrellas.

Las conoce una a una, sabe donde están y como son, las ha visitado en otros tiempos y en otras circunstancias. Sus planetas.

Las mira y sabe que él como todos los demás hemos salido de ellas, construidos en lo material con los átomos formados en sus hornos creadores de materia.

Hijos de soles.


Puede fugazmente recordar naves, cientos de naves, flotas inmensas, interestelares, mundos impensados e impensables.

El recuerdo es tan vivo aún, que siente en la nariz y la boca el olor, el gusto acre de los incendios, de las explosiones.

Siente las matanzas de otras épocas ya pasadas, las guerras y el sabor amargo de todas las épocas.

Se ve vestido, viril hembra, de uniforme manchado de sangre, desgarrado por fuera y por dentro.

Se siente hombremujeresíiritu de combate, de todos los tiempos pasados y por venir.


Se siente madre pariendo vida sin medir consecuencias.

Poeta incomprendido, vil mercader buscando provecho, noble místico, se siente mujeres sometidas y libertarias, heroínas y cobardes, hombres píos y ruines como pocos, se siente avaro y generoso para todo perder, se siente músico, militar, científica, religiosa y horrible predador de vidas.

Ve madres llorosas, amigos idos y reencontrados para volver a verlos partir.


Contempla sus mujeres y maridos, ve a sus padres, a sus miles de hijos.

Espíritus de todo tipo, poderosos y fugaces como la luz de una nova, débiles y perennes como las nubes de polvo estelar.

Hijos de hijos, de hijos de hijos de hijos.

Seres miles, espíritus, con sus hados, rumbo a sus destinos.

Navegando la existencia, surcando los tiempos, los espacios, las creencias, las eras y sus realidades, con sus necesidades de verdad.

Verdades falsas, falsas y mas tarde y antes ciertas, como el fulgor de un lucero.

Insondables espíritus tan entrañables, los ha encontrado tantas veces, que ya no consigue reconocerlos individualmente, sabe que los conoce desde hace eones.

Sabe que moviendo los ojos ellos y él se abarcan íntegros.


Y espera, inmóvil.

Mira, piensa y siente.

Sabe que su misión es ineluctable.

Este mundo desierto gira y rueda por un confín del universo.

Él cree, o quiere creer que cree, sentado, solitario, los ojos de miradas paralelas, clavados en el exacto lugar adonde se ha puesto ese sol.

Espera, vive y piensa, hace miles de millones de años.

El tiempo ya no importa, en realidad nunca importó, ni siquiera existe, es una invención de la conciencia encarnada.

Hace mucho que la ha abandonado, que dejó de vivir en función de lo que es.

La vida material ya no tiene ningún sentido, se ha reducido a la contemplación y a la espera.

La mas pura y absoluta espera de un desenlace, en el que éste mundo cierre y alcance su objetivo, donde el círculo en fin se cierre.


Pero para eso sabe que DEBE recordar lo que programó en otras vidas, en otro estado.

Y por mas que retuerza sus dedos y su espíritu, sabe que no ha de poder.

Que tal vez, algún designio superior se imponga a su voluntad, a sus voluntades sucesivas y únicas.

Tal vez solo espera que así sea.


Algunas tardes, en las que al final del día, siente que desfallece cuando mira la arena que el viento junta en sus manos, cuando contempla los millones de granos de sílice y compara con las miríadas de estrellas, con sus mundos, con sus seres y sus culturas.

El hastío le derrumba las certezas y el alma.

Solloza, tiembla y se pliega.

Murmura, hincado sobre las arenas eternas de un planeta desierto, en un confín del universo, barrido por vientos impiadosos, de cielo increíblemente azul.

Murmura y se pregunta: porqué aquí, porqué a mi? porque yo?


La eternidad ha vencido.

Los vientos cósmicos y el polvo de estrellas han conseguido desgastar una vez mas mundos de hierro y rocas.

No sabe si al fin, esa conciencia que tal vez todo lo pueda y gobierne, ha sutilmente cerrado un ciclo, a pesar de la voluntad del individuo que ha creído representarla.


Todo termina en éste cosmos.

Es el fin una vez más.

En alguna conciencia y en algún plan superior algo ha debido pasar, para que éste mundo y él mismo no deban existir más.

Las estrellas titilan suavemente por última vez y comienzan a apagarse una a una.

Las nubes de polvo cósmico se iluminan tironeadas por los agujeros negros.

El sol que lo ilumina se apaga suavemente, el mundo desierto tiembla y resquebraja.

El hombre, el viento, la arena, desaparecen lentamente.

El alma vuela libre, ya no hay sino energías.

En éste plano, el final… ha llegado.


Ahora sabe que el camino esta dentro de él mismo.

Que a pesar de la inexistencia material, él sigue vivo, conciente.

Navegando hacia la luz, volviendo al seno materno de la estrella fulgurante que lo engendró y de la conciencia que lo creó.

Incorporado, una vez mas, a quien le ha dado el ser, la sabiduría y la vida.

Siente que su existencia y espera milenarias, han dado sus frutos.

Que él es ese fruto, por el que trabajó y vivió toda su vidas... hasta hoy!

Y en el mar de luz, por fin… se deja ir!


(Foto NASA, atardecer en Marte)






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